Violencia en ebullición

Cuando la violencia llega a los telediarios, todos nos llevamos las manos a la cabeza. “¿Cómo puede ser esto posible?” nos preguntamos.

¿Conoces el llamado síndrome de la rana hervida? Se basa en la premisa de que si introduces a una rana en agua y vas elevando la temperatura de forma suficientemente lenta, la rana se hervirá hasta morir sin reaccionar en ningún momento a los cambios sutiles y progresivos en la temperatura.

Para mí este caso aplica también a la forma en la que en nuestra sociedad interactuamos con la violencia. Nosotros seríamos las ranas. Y la violencia el agua que nos rodea. A pequeñas dosis o pequeños incrementos de violencia, no reaccionamos. Y, al contrario que las ranas, en el momento en el que la violencia llega a su punto de ebullición, reaccionamos y la rechazamos preguntándonos incrédulos: “¿Cómo ha sido esto posible?”

En la búsqueda de una solución solemos enfocarlo de la siguiente manera: “¿Qué ha ocurrido entre el grado 99 y el grado 100 para que haya sucedido esto?” Y claro, desde ahí nos cuesta dar con soluciones efectivas. ¿Y si el problema no está entre el grado 99 y el 100 sino entre el grado 15 y el 100?

Recuerdo con especial atención la primera vez que escuche a Pilar de la Torre definir lo que era para ella Comunicación Violenta. “Esto incluye toda forma de comunicación que conozco hasta la fecha”, pensé para mí. En ese momento sentí mucha curiosidad por saber lo que sería entonces la Comunicación No Violenta, ya que en la definición de violenta se había abarcado ya todo mi espectro conocido de comunicación entre personas.

La semana pasada, facilitando un taller de CNV para padres, un padre tuvo una reacción parecida a la mía en aquel momento con Pilar. “No nos vamos a poner así de sutiles” dijo. Y en ese mismo instante fui consciente de que de una manera o de otra acabaría escribiendo este artículo.

Las sutilezas son las que acaban matando a la rana. Y, o aprendemos a percibirlas y a reconocerlas también entre el grado 15 y el grado 99, o es probable que nosotros mismos corramos su misma suerte.

¿En qué momento empieza a calentarse el agua?

La Comunicación No Violenta es clara en ese sentido. En el mismo momento en que como seres humanos no somos capaces de ver al ser humano que tenemos enfrente. Vemos una etiqueta, un prejuicio, un juicio, un estereotipo, pero no vemos a la persona. A ese ser humano como nosotros. Ese es el preciso instante en el que el agua comienza a calentarse.

Pero hay otro fogón activo. El fogón de la exigencia. En el momento en que sentimos que hacemos algo por obligación y no porque realmente queramos hacerlo, la temperatura vuelve a subir. Y así, a fuego lento, va pasando la vida hasta que en un momento dado sucede algo que nos lleva del grado 99 al grado 100. Y ahí la violencia sale en las noticias.

Con este artículo me gustaría dar visibilidad también a lo que sucede entre el grado 15 y el grado 99. A cómo cambiando nuestra manera de comunicarnos sería posible no solo enfriar el agua sino apagar de manera permanente los fogones del juicio y la exigencia.

Y para eso necesitamos ser conscientes de la violencia en pequeñas dosis. En acciones y comportamientos tan arraigados en nuestra cultura que pueden resultar casi imperceptibles, pero que, sutilmente, están ahí.

Puede que sea una sutileza pensar que ya en los dibujos animados los niños aprenden de pequeños a “disfrutar” de la violencia cuando el personaje “se lo merece” por lo que ha hecho o por ser “malo”.

O que ya de adultos al principio de la película nos muestren lo que los “malos” han hecho al protagonista y a su familia para que ya podamos “disfrutar” viendo cómo ese protagonista se va cargando a todos de uno en uno.

En todos los casos la premisa es la misma, poner delante de la persona una etiqueta que “justifique” la violencia. Y últimamente estamos muy acostumbrados a ver este tipo de etiquetas por todos los lados: “Inmigrantes” “Sin papeles” “religiosos” “gitanos” “Fascistas” “Marxistas” Etc. Etc. Etc. Todos ellos personas antes que etiquetas.

Y sigamos con sutilezas. En los entornos laborales no es tan frecuente encontrar casos de violencia en ebullición. Al mismo tiempo, muchas veces la situaciones se podrían definir como aparente calma a 95 grados. No hay ebullición, no. Pero tampoco existe conexión. La violencia es, probablemente, la expresión más trágica de la no conexión entre personas y en esa desconexión existen muchos matices y muy sutiles.

Puede que pedir la opinión, favorecer la autonomía y la flexibilidad o buscar el consenso puedan ser vistos como sutilezas que no llevan a ningún lado. Y precisamente por eso pueden resultar importantes. Porque no nos llevan a ningún lado a 100 grados de temperatura.

 La violencia se puede sofocar desde la consciencia, la conexión y el cuerpo a cuerpo de la sutileza. Y no desde el enfrentamiento, que no hace otra cosa que incrementarla y perpetuarla en el tiempo.

 

 

Javier Nieto1 Comment